Capitalismo, vigilancia y control
La vigilancia, que hemos visto crecer en las últimas décadas en las prácticas tecnológicas invasivas y en el número de políticas de mayor excepcionalidad jurídica, es una realidad que debemos asumir cuando llevamos adelante una lucha política. Ya no sorprende que las sociedades capitalistas sean cada vez más permisivas frente al uso de tecnologías de control y vigilancia que están presentes en nuestra vida cotidiana. Desde el estrecho vínculo de las corporaciones tecnológicas con las agencias de inteligencia1, pasando por el uso de software de espionaje por parte de gobiernos2 y la permanente solicitud de información de perfiles de Facebook3; la vigilancia masiva es la norma en las políticas estatales y en la formas de hacer negocios en las empresas tecnológicas. A pesar de que los gobiernos y organizaciones de ideología liberal digan que su objetivo es la defensa de las libertades civiles e individuales, el capitalismo, en la medida en que adquiere mayores niveles de complejidad y dificultad para administrar sus contradicciones internas y el malestar latente, requiere emplear, o pretende emplear, mecanismos de control social cada vez más eficientes y focalizados sobre los distintos sujetos sociales. En este escenario, la vigilancia masiva forma parte del desarrollo del capitalismo avanzado, el cual ha preferido ridiculizar su propio sueño liberal, de que una economía de mercado conduciría a una sociedad libre, para instalar, en cambio, los cimientos de una sociedad bajo el dominio tecnocrático.
Ante esta situación de vigilancia generalizada, una reacción política habitual es el refugiarse en las demandas de privacidad individual y derechos civiles como estrategia de resistencia, en parte para elaborar un argumento que unifique las razones para oponernos a la vigilancia masiva, pero también para exigir el cumplimiento de los derechos que los Estados liberales presumen defender. En este sentido, debido al cambio en las formas de dominación capitalista, que están acompañadas del auge de la vigilancia masiva, los sistemas de represión pueden adaptarse perfectamente para administrar los derechos civiles y crear formas excepcionales de control social que quitan los derechos de manera focalizada a los grupos que busca perseguir. En Chile lo hemos visto actualmente en el uso de la prisión preventiva como “prisión política” y en la aplicación flexible de la ley antiterrorista a grupos específicos4. Por ende, la dominación actual es capaz de conceder derechos y administrarlos, sin tener que retirar la vigilancia permanente, haciendo que esta estrategia sea impotente frente al poder. Sin embargo, un extremo de esta posición individualista, de apelar a los derechos individuales, se encuentra también en la idea de que el uso de tecnologías con fuerte cifrado y anonimato permitiría crear un espacio personal seguro, impenetrable por la vigilancia, sin importar cuáles sean las tecnologías y estrategias de los sistemas de dominación. Independientemente de la efectividad inmediata, el énfasis técnico e individual del uso meramente privado de herramientas de seguridad digital no logra disputar a la vigilancia aquello que busca controlar: la capacidad de la organización colectiva. Individuos perfectamente seguros pero aislados son impotentes frente a la existencia de la vigilancia. De hecho, confirman la capacidad de los sistemas de dominación de administrar las libertades al permitir que individuos no politizados puedan mantenerse anónimos pero a la vez restringir la capacidad de colectividades políticas organizadas para actuar abiertamente sin recibir represalias.
Una parte importante de enfrentar la vigilancia masiva depende de que podamos aprender sobre qué es aquello vigilado que los sistemas de dominación no están dispuestos a negociar o administrar. Lo que está en el fondo de las necesidades de control del capitalismo no es la libertad individual, fácilmente instrumentalizable por el mercado, sino que el foco de la vigilancia es la capacidad de organización y subversión. Son los sujetos colectivos los enemigos del sistema y sus posibles verdugos.
Colectividad, autonomía y subversión
La vigilancia masiva es principalmente un problema político, que solo una voluntad colectiva puede enfrentar con la radicalidad que requiere. Esto se debe a que la información y comunicación vigilada depende de que haya sujetos sociales que toleren esta situación, ya sea por consentimiento o por desconocimiento. En la medida en que una organización es capaz de decidir y optar por la autonomía de sus comunicaciones, cambiando sus hábitos y las tecnologías que utiliza, se modifican las relaciones sociales de comunicación y emerge la posibilidad de desplazar el control que tiene la vigilancia sobre nuestra capacidad de organizarnos. En este sentido, oponernos abierta y explícitamente a la vigilancia masiva, mientras incentivamos y construimos colectivamente autonomía, permite quitar efectividad a las tecnologías de control y, a su vez, abrir la discusión sobre la realidad de la vigilancia y la necesidad de su superación. Esta estrategia, al igual que en una protesta, depende de la masividad de la organización social involucrada, ya que la vigilancia, tanto como la represalia, es más eficiente mientras más sujetos aislados haya, pero el control social tiene un límite para enfrentar una voluntad colectiva movilizada.
A pesar de que tenemos el desafío de construir esta capacidad colectiva de enfrentarnos a la vigilancia, no basta solo con oponernos a la vigilancia. El capitalismo, la tecnocracia y el patriarcado son los sistemas de dominación que sustentan la necesidad de control social y, con ello, el ejercicio de la vigilancia. Una voluntad política que quiera enfrentar la vigilancia masiva también tiene que luchar por un horizonte de emancipación frente a estas dominaciones, lo que en términos tecnológicos supone también un desafío. Para que el uso de la autodefensa digital, es decir las herramientas de cifrado y anonimato que permiten seguridad en nuestras comunicaciones, no caigan en el solucionismo de intentar crear pequeños espacios libres de vigilancia, habría que incentivar y construir también un proceso progresivo de autonomía tecnológica que le dispute al capital y a sus aliados el control de la tecnología y la producción. Un horizonte de autonomía tecnológica colectiva es posible, aunque actualmente lejano; no obstante, este futuro dependerá de la capacidad, la fuerza y la creatividad que tengamos para hacer real el camino hacia una sociedad libre y comunitaria.
Texto publicado originalmente en una colaboración para Periódico Insurgencia N°3.